Camino de Santiago

Este viaje tenía como objetivo hacer algunas etapas (desde Vigo) del Camino de Santiago Portugués por la costa. Llevábamos tiempo cavilando Gemma y yo que teníamos que hacerlo algún día; al ver que este año se animaron tanto mi hermano Josechu desde Ferrol, mi primo Paco Dioni en dos ocasiones, así como nuestro hijo Guillermo desde Sarria, y al no tener nada decidido para las vacaciones… diecisiete años desde que hiciera el Camino Sanabrés que inicié en Tábara (Zamora) con mi amigo Manolo el asturiano, decidimos que ahora era el momento.

Elegimos este trayecto porque había buenas conexiones aéreas y las etapas no eran muy largas ni con mucha pendiente. Encargamos la organización a una agencia, en hoteles con encanto y el traslado de equipaje.

Unos días antes del viaje me puse malo con fiebre y tos, además la previsión del tiempo daba las primeras lluvias abundantes de la temporada durante toda la semana por lo que no nos quedó otro remedio que cambiar radicalmente los planes.

Como los alojamientos estaban ya reservados y Galicia a tope era imposible realizar modificaciones; decidimos alquilar un coche desde Vigo a Santiago, dormir en esos mismos alojamientos y conocer los alrededores. Es nuestro primer viaje de estas características y no nos fue mal. No es el que más nos gusta pero es cierto que conocimos sitios espectaculares que de otro modo no hubiésemos sabido que existían.

El principal error que cometimos fue el equipaje, como siempre en exceso. Estos viajes requieren aprender a sobrevivir con un trolley, aunque también es verdad que llevábamos ropa para bañarnos, para lluvia, para frío, que no usamos, y ropa un poco más arreglada que también sobró.

Fotografía de Ramón Pérez Niz
Monte do Castro (Vigo)

Los alojamientos estaban bastante cerca entre ellos para ir en coche, lo que por un lado hacía que hubiera menos pueblos que ver, pero por otro nos hizo conocer más parajes a los que no hubiéramos ido, de no tener tiempo. Y lo peor con diferencia, o lo único malo (porque lo anterior, aunque no fue nuestra elección del viaje, lo convertimos en algo positivo) fue la tos que nos acompañó a ambos hasta el regreso a Lanzarote. Esto impidió que disfrutáramos de las piscinas de los alojamientos (al final llovió sólo dos días, uno en Pontevedra), de las kilométricas playas de Galicia y de las solitarias playas fluviales que son un espectáculo, así como tomar unas cañas más o algún gintonic en esas terrazas fantásticas.

Nos sorprendió la cantidad y variedad de peregrinos que había por todos lados. Personas de bastante edad y (aparente) escasa forma física, junto con jóvenes, familias, grupos…

Galicia nos encanta. Nos tocó buen tiempo, incluso calor y llovió sólo dos días. Los paisajes son increíbles, las ciudades cuidadas, amables, agradables de pasear por sus parques y calles peatonales silenciosas pero a la vez con mucho ambiente. La comida riquísima y probamos variedad de albariños y mencías; y la gente amabilísima. Regresamos con ganas de volver, tanto a hacer el Camino como a seguir conociendo esa preciosa comunidad.

Este es el diario del viaje:

Llegamos a Vigo, en Binter desde Gran Canaria, el viernes a última hora de la tarde alojándonos en el hotel Ciudad de Vigo, cuya situación era perfecta, en pleno centro de la marina, muy cerca de todo. La ciudad nos sorprendió muy gratamente, el clima que nos tocó fantástico, cielo azul, la ría impresionante, con muchas zonas peatonales y con muy poco tráfico, daba gusto pasear en silencio. La gente era extremadamente amable en todos los sitios.

Cenamos en el restaurante La Trastienda del Cuatro, local muy bonito que imita una antigua tienda; el encargado de sala estuvo varios años en Lanzarote y trabajó en el restaurante Puerto Bahía, de Celso, amigo de la familia; nos recomendó genial.

Después dimos un paseo por la zona del Club Náutico y la marina. Un ambiente que siempre nos sorprende en la península: muchísima gente en las calles. En un parque, había gente más joven haciendo botellón, y en la Alameda, donde están los hoteles, las terrazas llenas de gente de nuestra edad. Muy agradable y animada la noche viguesa.

Al día siguiente, después de desayunar en la última planta con vistas a la ría, fuimos a buscar el coche de alquiler para dejarlo en el parking del hotel; paseamos por el Casco Histórico, que siguen peatonalizando. Esto ocurre en todos las ciudades y pueblos menos en Arrecife: eliminar los coches del centro para evitar la contaminación y ruido.

Tomamos unas tapas en el gastrobar El Amante, recomendación de Sofi; después fui al hotel a descansar de mi tos toda la tarde mientras que Gemma se acercó a la zona comercial de la calle El Príncipe y alrededores. Pero antes pasamos por la Casa del Libro y compramos “Anfitrionas”, para regalárselo a Mario.

Cenamos en la terraza del restaurante María Manuela, también recomendación de Sofi. Muy rica la comida y el servicio diligente.

Pretendimos ir a otros restaurantes recomendados por José Alberto, amigo vigués de Michel, como Casa Marcos y De Tapa en Cepa, pero estaban cerrados por vacaciones.

Vigo queda pendiente de una visita de más días porque nos gustó mucho.

El domingo, después de desayunar en el hotel, salimos con el coche bajo un cielo azul hacia el Monte do Castro lugar espectacular con unas vistas impresionantes de la ría y la ciudad. Es un recinto fortificado lleno de senderos y paseos que recorren los jardines. Tomamos algo en la cafetería y seguimos hacia el sur.

Paramos en la playa de Samil, sin viento, gente paseando, unos tomando el sol, otros pescando o mariscando, algunos bañándose. Siempre digo que no entiendo porqué los gallegos van a Lanzarote en verano teniendo este clima fantástico en esta época del año. No nos bañamos porque seguía con bastante tos, pero gran desconsuelo. La lluvia brilla por su ausencia.

Fotografía de Ramón Pérez Niz
Playa de Samil.
Fotografía de Ramón Pérez Niz
Isla de Toralla a la izquierda; al fondo las islas Cíes

Seguimos por la carretera de la costa hasta Baiona y visitamos la fortaleza de Monterreal, el actual Parador, dando un paseo por sus impresionantes murallas.

Fotografía de Ramón Pérez Niz
Vistas desde la muralla del Parador de Baiona.

Tomamos un vino y unas tapas en la terraza del Parador. Nos advirtieron que había que tener cuidado con las palomas, que se tiraban a la comida. Fuimos testigos de cómo se lanzó un grupo de estas aves sobre los restos que dejó una pareja en una mesa, tirando la loza al suelo con el consiguiente destrozo. Parece que en estos asuntos aquí tampoco ponen solución.

Fotografía de Ramón Pérez Niz
Vista desde la terraza del Parador de Baiona.

Seguimos hasta el centro de la ciudad. La parte antigua es muy bonita y con gran ambiente turístico de tapeo y restauración. Unos vinitos cayeron en una tasca. Su bahía debe de ser una gozada para los aficionados a la náutica. Antes de marcharnos tomamos unos dulces en O forro dos Clérigos.

Fotografía de Ramón Pérez Niz
Baiona desde el Parador.

Baiona tiene referencias a Martín Alonso Pinzón, porque fue aquí donde arribó con la noticia del descubrimiento de América, y cómo no, nos acordamos inmediatamente de aquella canción de nuestra infancia que decía: “Los hermanos Pinzones eran unos mariiiineros…”, y estuvimos con la cantinela todo el día. Nos echamos unas risas pensando en cuando se la cantemos a Cirito.

Después de Baiona nos dirigimos al Monte Santa Trega, donde hay un castro y un yacimiento celta antiguo impresionante y un mirador sobre la desembocadura del Río Miño, espectacular.

Fotografía de Ramón Pérez Niz
Miradoiro de Santa Trega. Desembocadura del Río Miño. A la derecha Portugal.
Fotografía de Ramón Pérez Niz
Desembocadura del Río Miño. Al fondo Portugal.
Fotografía de Ramón Pérez Niz
Miradoiro de Santa Trega. La Guardia, al fondo.

Continuamos por carreteras interiores hasta nuestro próximo alojamiento, Casa Rural Das Pías, en Puenteareas. Una casa muy bonita de 7 u 8 habitaciones, pero nosotros tuvimos el lujo de estar solos. Nada más llegar Gemma se dio un remojón en la piscina, fue el primer baño del viaje… y el último.

Fotografía de Ramón Pérez Niz
Casa Rural Das Pías. Puenteareas.

Siguiendo las indicaciones de la anfitriona, que es una persona muy agradable, fuimos a pasar la tarde a Mondariz Balneario, que se encuentra muy cerca. No conocíamos la historia de este municipio, …este minúsculo ayuntamiento de 2,4 km2, el más pequeño de España, concentra múltiples maravillas patrimoniales, históricas y naturales, y un rico anecdotario alrededor de la cultura balnearia. Aquí recuperamos los ecos de la Belle Époque y los años dorados del termalismo a finales del XIX y principios del XX, cuando Mondariz era un referente obligado de lujo y grandiosidad..

Parece que Alfonso XIII y otros nobles e intelectuales iban al balneario de Mondariz por las propiedades medicinales de sus aguas. Para poder tener imprenta a fin de publicar una revista de sociedad, Primo de Rivera lo nombró municipio. Es un conjunto monumental que llama la atención. También dimos un paseo por la senda fluvial de río Tea, donde se celebran competiciones de piragüismo y otros deportes náuticos. Tomamos unos vinos en la terraza de la Vinoteca Mixtura; unas vecinas de mesa nos recomendaron algunos sitios de la zona.

Al día siguiente desayunamos en la casa rural: zumo natural de naranja, café, té, queso de tetilla artesanal, tostada de un pan riquísimo, miel de eucalipto de la zona y una tarta de Santiago que estaba espectacular, y salimos rumbo a las “Piedras” o Penedos. Unas estructuras naturales de piedras gigantes que gracias a la gravedad y al azar han convertido a estas rocas en una de las obras de la naturaleza más impresionantes de Galicia. Hay un sendero que las recorre.

Fotografía de Ramón Pérez Niz.
Penedo do Equilibrio. Espectacular.

Nos acercamos al mirador de Covelo, que tiene unas vistas preciosas sobre el valle, para después hacer una parada en ese pueblo, donde acabamos almorzando el menú del día en el restaurante de comida casera Casa Costa, lugar donde no dejaba de entrar y salir gente. Allí coincidimos con una simpática pareja de Tenerife, que pasan una temporada al año en ese pueblo porque sus padres eran de allí.

Fotografía de Ramón Pérez Niz.
Mirador de Covelo.

De camino a la playa fluvial de Maceira hicimos escala en Eidos Vellos porque nos llamó la atención unas casas preciosas.

En la playa de Maceira no había nadie y era simplemente espectacular. De aguas cristalinas con una calidad excelente según reza en un cartel, un montón de zonas de descanso, con mesas y bancos para poder comer, aparcamiento, parque infantil, y un camping en una zona aparte. En la playa fluvial está prohibido fumar (hay muchísimas playas en Galicia donde está prohibido). Todo se encuentra muy limpio y cuidado.

Fotografía de Ramón Pérez Niz.
Playa fluvial de Maceira.
Fotografía de Ramón Pérez Niz.
Playa fluvial de Maceira.
Fotografía de Ramón Pérez Niz.
Playa fluvial de Maceira.
Fotografía de Ramón Pérez Niz.
Playa fluvial de Maceira. Zona de descanso con mesas y bancos.

Fotografía de Ramón Pérez Niz.
Playa fluvial de Maceira.

Seguimos hasta Pontevedra por una carretera preciosa donde empezó a llover copiosamente y no paró en todo el trayecto.

En Pontevedra nos alojamos en el hotel Rias Bajas, un 3* más que recomendable, habitaciones muy amplias y camas cómodas. Esa noche dimos un paseo, tomamos unos vinos y picamos unos pimientos de Padrón y una tortilla de erizos sin erizos en una terraza que no sería la mejor elección y por eso nos olvidamos del nombre, al resguardo de la lluvia. Ya habíamos estado en esta ciudad en el viaje anterior a Santiago, pero decidimos hacer una visita guiada; elegimos la de la Oficina de Turismo, que nos gustó muchísimo, aunque fuera bajo la lluvia.

Picamos en el bar de tapas Estrella, unos buñuelos de bacalao y una riquísima tortilla (por lo visto son famosas). Elegimos ese sitio porque tenía la terraza debajo de un soportal, para resguardarnos de la lluvia, y fue todo un acierto.

Salimos de Pontevedra en dirección a Combarro, un pintoresco y bonito pueblo de la costa, lleno de horreos y de restaurantes.

Nuestro siguiente alojamiento es Casal dos Celenis, una casa rural espectacular, con piscinas y jardines preciosos, con frutales y lleno de hortensias, atendida por Chus y Maria. Esa noche cenamos allí, con reserva previa, una ensalada de tomates de su huerta con ventresca, embotada por ellas, que estaba deliciosa, y una sabrosa carne de ternera compuesta, con papas y de postre crema de yogurt, todo ello en cantidades gallegas, o sea, imposible de terminar, y acompañado con un albariño y un tinto de la propia casa. Finalizamos con una infusión endulzada con miel de sus colmenas. Después de la copiosa cena intentamos dar un paseo por los jardines, pero como se puso a llover nos fuimos a la cama y dormimos como lirones.

Por la mañana ya se habían ido todos los peregrinos, así que desayunamos solos en el bonito comedor amenizados de unos trucos de magia de un huésped “mago aficionado” que se estaba despidiendo.

Pusimos rumbo a Caldas de Reis y, aunque a primera vista nos pareció un pueblo feúcho, al dejar el coche y adentrarnos en su parte antigua descubrimos que tiene mucho encanto, así como un paseo precioso por el río donde vimos un espectacular bosque de bambú negro en el balneario Dávila.

Desde Caldas, y por recomendación de nuestras últimas anfitrionas, nos dirigimos a la isla de Arosa, único municipio insular de Galicia, donde dimos un paseo por su pueblo. Nada más cruzar el puente vimos a unas mariscadores cogiendo almejas. Almorzamos en la terraza del restaurante A Meca unas almejas en sartén, zamburiñas y unos choquitos en su tinta, muy rico todo.

El día no estaba muy apacible por lo que cogimos el coche para llegar al Mirador Con do Forno donde hay unas vistas muy bonitas, y desde allí al Faro de Punta Cabalo, entre rocas lisas y redondas, playas y bateas.

Desde allí nos dirigimos a nuestro siguiente destino, en las afueras de Padrón, A casa de Meixida. De todos los alojamientos quizá este fue el que menos nos satisfizo. Es un pequeño hotel de 5 habitaciones que no tiene el encanto y la cercanía de los alojamientos rurales. De hecho, la amable señorita que nos recibió no conocía mucho de los alrededores. Las habitaciones están muy bien pero el hotel se encuentra cerca de una zona industrial, con lo que se escuchaba toda la noche un sonido de motores.

Dimos una vuelta por Padrón, cuya parte antigua es muy bonita; nos tomamos unos vinos y quesos ricos en la Taberna A Filoxera, una vinoteca muy chula, cuyo propietario conocía muy bien Lanzarote y sus vinos. Estaba encantado con Bimbache y Tilama, de la empresa Puro Rofe. Llovió.

De vuelta al alojamiento nos equivocamos de carretera y Google Maps nos envió por la autopista (con peaje) hasta casi Santiago, media hora y 2.6€ cuando el trayecto normal es de ocho minutos y gratis, jajaja. La anécdota del viaje.

Desayunamos y fuimos a visitar Padrón. Tras la Iglesia De Santiago cruzamos el puente y nos dirigimos al Convento del Carmen, que ofrece bonitas vistas. Nos sentamos en una terraza a tomar un té cuando nos confirman la visita que habíamos solicitado al Pazo do Faramello, con lo que el resto de Padrón, el Museo de Rosalía de Castro, Iria Flavia y la Fundación Camilo José Cela quedan para otra ocasión.

En media hora estábamos en el Pazo do Faramello, para una visita guiada por Gonzalo, descendiente directo del constructor del Pazo y uno de los propietarios del mismo. Este Pazo, uno de los cinco históricos de Galicia, tiene la peculiaridad de ser el único industrial, pues en el mismo hubo una Real fábrica de papel e imprenta.

Visitamos la capilla, los jardines y los exteriores, donde realizan una impresionante labor de mantenimiento, repoblación y reconstrucción, también nos enseñaron varias estancias de su interior, donde se conserva una Virgen de las Nieves de Bernini, otras obras de arte, así como numerosas obras de platería compostelana y los “arreos” que habría que poner al caballo para entrar en la Catedral De Santiago, dado que el señor del Pazo tiene derecho otorgado por Privilegio Real en 1815, nunca usado, de entrar en la Catedral a caballo.

Abundan las referencias históricas y literarias del Pazo, en sus antiguas caballerizas se albergó el arsenal contra las tropas francesas en las revueltas del 2 de Junio de 1808  y  ha sido referencia literaria de algunos de los más ilustres escritores gallegos (Rosalía de Castro, Emilia Pardo Bazán, Cela…). Cabe destacar que es uno de los entornos principales de la novela de Alejandro Pérez Lugín “La casa de la Troya”, de 1915, reflejo estudiantil de la nobleza compostelana y, en su época, una de las novelas más leídas del castellano.

Finalizamos con una copa de un vino de la finca y una degustación de chocolate negro con avellanas de Pazo de Coruxo, del que me declaré admirador desde ese día. Recomendadísima la visita, más info aquí.

Desde allí nos dirigimos al que iba a ser nuestro penúltimo alojamiento, Casa Grande de Capellanía, en Escravitude, muy cerca de la anterior. Este hotel se compone de un albergue en la parte baja y de otras 6 habitaciones grandes con baño muy amplio en la alta, además de jardín y piscina. Jose nos atendió muy amable y nos recomendó lugares para visitar. La parte que menos nos gustó fue que se encuentra justo en la Carretera Nacional que atraviesa los pueblos de la zona en dirección a Santiago, precaución inicial que se diluyó porque el aislamiento de las ventanas hizo que pudiéramos dormir sin problema de ruidos.

Fuimos a almorzar, por recomendación de Gonzalo, del Pazo de Famarello, al restaurante Parada de Francos donde probamos la exquisita tortilla de pulpos, inmensa, como todo en Galicia. Sólo pudimos con la mitad. Entablamos conversación con una agradable pareja de Sevilla que venía haciendo el Camino y se alojaba allí. Al día siguiente nos volveríamos a encontrar en Santiago, en la Plaza del Obradoiro.

Le llevamos la mitad de la tortilla a Jose, que nunca la había probado y al atardecer dimos un paseo por los alrededores de la casa, recorriendo una parte del Camino, que pasa justo por detrás, atravesando una aldea y zonas arboladas. Esa noche no cenamos.

Tras desayunar visitamos el Santuario de Escravitude, que se encuentra al lado del hotel y al que se acercaban los peregrinos para sellar sus credenciales.

Y llegamos a Santiago de Compostela. Dejamos el coche y nos instalamos en el Hotel Exe Peregrino. Es un hotel grande, un 4* totalmente renovado, habitación amplia y camas cómodas, y con piscina (el tiempo seguía buenísimo), situado justo en el paso del Camino Portugués, por lo que continuamente veíamos peregrinos en sus últimos kilómetros.

El hotel se encuentra a unos 20 minutos de la Catedral por una calle muy transitada por coches. Nosotros preferimos dar un rodeo por la zona de la universidad hasta llegar al Parque de la Alameda y encontrarnos con las dos Marías.

Quedamos sorprendidos por la cantidad de gente por las calles, tiendas, restaurantes y bares. Nos comentaron los profesionales de la restauración y taxistas que hacía muchos años que no se veía tanto turismo y que la ciudad no estaba preparada para soportarlo; que así no podían dar el servicio de manera correcta y profesional. Aunque nosotros sólo vimos a gente contenta, establecimientos a tope y mucha alegría por todos lados, vacaciones se llama.

Nos dirigimos a la Plaza del Obradoiro y de las primeras personas que encontramos fue a la pareja de sevillanos que conocimos el día anterior en Parada de Francos. Acababan de finalizar el Camino. Un montón de peregrinos recién llegados, contentos, cansados, haciéndose fotos, otros rezando o meditando… Muchas imágenes curiosas.

Picamos algo ligero en Papatorio De Santiago porque esta noche teníamos reserva en Casa Marcelo, el homenaje del viaje.

Y entramos en la Catedral.

Cenamos en Casa Marcelo, de nuevo espectacular. Nos sentaron en la barra de la cocina, por lo que tuvimos vistas privilegiadas y pudimos ser testigos directos de cómo se trabaja en un restaurante de estas características.

Han cambiado la mesa alta que se encontraba en la primera sala por una más baja y ampliaron por detrás con una preciosa terraza jardín. Nos dejamos recomendar por Martín la comida y por el otro Martín los vinos.

Nosotros tuvimos suerte y conseguimos un hueco de milagro, pero es difícil reservar si no lo haces con antelación porque el restaurante está a tope a pesar de que el precio se ha incrementado bastante; bueno, lo que no era normal es lo que se pagaba antes en un restaurante de estas características, aún así sigue valiendo la pena darte un homenaje en Casa Marcelo si vienes a Santiago de Compostela.

Dimos un paseo por las calles cada vez más tranquilas. En los soportales del ayuntamiento, por supuesto, estaba cantando la Tuna de Derecho, rodeada de un montón de gente, con canciones conocidas y muy animadas. En realidad aquellos seguramente habrían estudiado en los años ochenta del siglo pasado, son como los Malos Vip, pero de Santiago.

El sábado, desayunamos en el hotel y volvimos al centro callejeando, admirando esta bonita ciudad. Al llegar a la Plaza del Obradoiro vimos un grupo de personas haciéndose una fotografía en unas escaleras, en esto que se escucha ¡¡Ramón!! y era Onelia, que estaba con el Consejo de Aparejadores de España. Gran alegría verla.

Vimos un concierto de rock en medio de una calle. Gran animación.

Compramos el libro “La Casa de Troya” en la librería Couceiro (que va por la 3ra generación de libreros y el niño que “ayudaba” en la caja apuntaba maneras), que desde nuestra anterior visita a Santiago queríamos comprar.

En el Mercado, que estaba a tope, pasamos a saludar a Ana, en su puesto de Las Conservas del Camino y a comprar quesos a Olga en Campos, jamones y embutidos.

Fernando me había recomendado almorzar en Abastos 2.0, pero allí no cabía ni un alfiler. Por los alrededores nos gustó la pinta del restaurante La Radio de Pepe Solla y reservamos para cenar temprano. Pedimos el menú degustación corto, que fue más que suficiente, muy rico y muy bien atendidos.

A la mañana siguiente desayuno, maletas y al aeropuerto. Nos vamos con ganas de volver.

Fotografías y texto: Gemma de Quintana Morales y Ramon Pérez Niz. Fujifilm XT3 con el 23 mm 1.4 wr y el 50 mm 2.0 wr. Huawei P30 Pro y Samsung Galaxy S22.